martes, 6 de enero de 2009

LAS REALES ARMAS MORTALES PSICOLOGICAS



CUENTO SURREALISTA Y BELICO SOBRE UN VETERANO DE VIET-NAM.

«La guerra terminó hace 30 años y en Vietnam y en Laos se ha acabado. El único sitio donde no ha terminado es en Estados Unidos, y creo que no terminará hasta que todos los que combatimos en ella estemos muertos».
BOB KERREY.
Senador de los Estados Unidos de América.


No quería pero debía ya que una mano nunca es mal recibida; sobre todo para los trabajos pesados del hogar; y la empleada Rosario no estaba en edad de hacer fuerzas, así que al resguardado dueño de casa, le tocaba ese papel. ¡Levántate hombre!, le gritaba su madre, Elena Márquez, ¡Sí mama! Contestaba John mientras se acariciaba y admiraba aquella cicatriz de bala que tenía estampada en el hombro derecho; al lado del pecho. Bajaba por las escaleras, y se sentaba en la meza. Con cerveza en mano, y el huevo revuelto, le encantaba esa comida. “No olvides limpiar hoy el jardín”, le decía su madre Elena Márquez. Si lo haré, respondía John. Recordaba a sus compañeros y amigos de allá; condenados tiempos malditos que nos tocó vivir; todavía me parece escuchar el surco de plomo junto con la pólvora; al chocar con la aguja del percutor de las M-16; las granadas de mano, y si no me hicieron cadáver en la selva, fue porque realmente sí existen los milagros. Mientras saboreaba la cerveza, escuchaba que la ventana de vidrio se rompía; sin saber cómo salta sobre la meza y lanza los tres cuchillos, que estaban en ella; para luego arrastrarse en punta y codos al living; donde estaba colgada la escopeta, y los cartuchos. ¡Sale de ahí o te vuelo los sesos!, gritó con el arma en la mano lista para dispararla. Al ver asomarse a un niño de poca edad, por el vidrio roto; ¡Perdón señor!, destrozamos la ventana con nuestra pelota de tenis; no se preocupe le pagaremos los daños. “ah, esta bien”, exclama John descargando las balas del arma sobre la meza. ¡Mocosos del demonio!, me van a matar así con sus juegos. ¡Ya se los prohibiré de algún modo!; decía enrabiado mientras John se servía su cerveza. Eran las doce menos treinta minutos, y ya recogía las últimas hojas que habían caído en el césped de la casa, al mismo tiempo que cantaba la melodía “Lily Marlen”, debido a los recuerdos bélicos que le traía dicha canción. Porque es una famosa canción y marcha alemana; símbolo de la primera guerra y segunda mundial cuya música fue escrita en 1937, por el compositor NORBERT SCHULTZE; sobre un poema que un soldado llamado HASNS LEIP, y estrenada en 1938:

LILI MARLEN

ESTA LUNA EN RUINAS SABE QUE PASÓ
MIRA MI UNIFORME MI HONOR ME LO COSIÓ
FUI UN MAL SOLDADO, ME VENDÍ
PERO AL FINAL HE VUELTO A TI
POR TI LILI MARLEN
POR TI LILI MARLEN


YO BUSQUE LA MUERTE, CASI LA ENCONTRÉ
NUNCA ME ESCRIBISTES, NUNCA TE ESCRIBÍ,
PERO MATÉ PENSANDO EN TI
JAMÁS LLORÉ, JAMÁS REÍ
POR TI LILI MARLEN
POR TI LILI MARLEN


NUNCA ME DIJERON QUE ES LO QUE HAY QUE HACER
SALVESE QUIEN PUEDA,
LOCOS AL PODER
Y UNA EXPLOSIÓN ME HABLÓ DE TI
NI ESTA MAL, NI ESTA BIEN
POR TI LILI MARLEN
POR TI LILI MARLEN


NO TE ENVENENES, DEJA DE LLORAR
QUISE SER UN HÉROE, OTRA VEZ SERÁ
NO FUI UN VALIENTE YA LO SE
ME SIENTO MAL, ME SIENTO BIEN
POR TI LILI MARLEN
POR TI LILI MARLEN

FIN

Entre tanto barrer y recoger, se levanta la cabeza, y ve a un muchacho caerse en bicicleta sobre el pavimento; al mismo tiempo que la empleada Rosario, provocaba un enorme ruido ensordecedor al botar sin querer los tarros de basura, junto con unas grandes ollas. Y luego el otro niño endemoniado; que reía a carcajadas al frente de la acera, al jugar de una forma burlesca como le parecía, con su ametralladora plástica en la mano. La impresión que tuvo John, fue que se le venía un mundo psicológico encima, y toda esa situación mezclada, no lo dejó pensar, y así actuó y corrió donde el niño, que se había golpeado. ¡Maldito perro vietnamita!, pensó John; en esos tiempos no habría dudado en degollarlo con mi cuchillo, yo mismo; porque dicha impresión le llevó a recordar un disparo de mortero. Para proceder a ayudar al niño que se había caído de su bicicleta, y lo lleva a su casa pues veía su pierna ensangrentada, por el impacto del golpe en el pavimento. “Te curaré la herida”, le dice John al niño herido, mientras lo acostaba sobre el sofá, y se apresuraba a buscar su botiquín militar; que era parte de su equipo de campaña; que siempre conservaba en sus pertenencias de uso cotidiano. El muchacho estaba extrañado por la reacción de John; así que no hizo nada; y se quedó cómodo y tranquilo para recibir sus atenciones de primeros auxilios. Luego que lo había curado le pregunta tranquilamente, ¿hijo puedes caminar? Sí, responde Leonardo, pues así se llamaba. Luego John le pregunta, ¿Por qué te dejo tu pelotón?, y Franco responde, ¿cómo pelotón? -tu patrulla- ¡No! Yo estaba dando vueltas de imaginaria y de guardia acá en el barrio, con mi bicicleta y tropecé, responde Leonardo, nada más. John mueve rápidamente la cabeza, ¿bicicleta?, ¿barrio?, piensa, ¿vueltas?, pero… gracias por curarme señor. Pero debo irme, ya que mi mamá debe estar preocupada por mi, ¡adiós señor! ¡Cuídate! Le dijo John. Mientras se sentaba en el sillón y se peinaba fuertemente el pelo largo, ya que le llegaba hasta los hombros. Rosario, evite hacer bulla de metales, le dice Franco; sí señor, no lo quise hacer a propósito. Tenga más cuidado UD sabe que soy nervioso, lo tendré en cuenta no se preocupe. Ah lo espero, ¿dónde esta el diario?. En la meza ya que la lectura del periódico era una verdadera necesidad indispensable; y por lo tanto no podía faltar como el mismo John lo decía: “si no sé de una muerte determinada, durante el día; es como si me faltara algo que hacer; en fin, la fuerza de la costumbre”. Ya que a “la negra” la había visto pasar innumerables veces frente a mí, y cuando dicha representación se torna rutinaria; casi se le pierde el respeto, pero miedo ya no le tengo en lo absoluto; pues es más grande el hecho de autosugestionarse, que la muerte misma. Por su parte Erick su padre, lo miraba y pensaba “que hijo más insensible, como si no sintiera el dolor”. Yo a mis años de jubilado como contador, diría yo histórico y con las respectivas enfermedades; le tengo miedo a un dolor de cabeza, o a la presión arterial. Pero el nerviosismo que tenía John, era imposible de tapar; cualquier ruido lo ponía fuera de sí, a pesar de ser una persona calmada y serena; no era acelerado ni neurótico; solo nervioso. Pensaba en las tardes, mientras leía el diario y disfrutaba su café; mis pobres amigos, éramos casi como hermanos, y donde fueron a parar, acribillados con el plomo caliente de las M-16, y otros, sellaron su destino en pos de la bayoneta; esa vez francamente casi no la cuento. Porque estábamos rodeado del maldito enemigo y a mi, balas casi no me quedaban, atine solo a vaciar las ultimas de mi cargador que me quedaban y, ya dispuesto a vender cara la vida, sea por mí o mis compañeros de patrulla al frente. Yo disparaba una hilera o ráfaga de proyectiles; pero eran solo tres cargadores con una duración de 60 segundos, y era todo lo que tenía en esos momentos. De lo que estoy seguro esa vez no perdí casi ninguna bala, aproveché hasta el último tiro, para con los vietnamitas, como eran chicos y endebles en comparación conmigo; creía que debía degollarlos a mano o a cuchillo. Cuando vacíe los cargadores, y ahí lo hice después que sonó mi último tiro, le llame a un atacante, con todas mis fuerzas mi ametralladora y le clave la bayoneta en el pecho; pues en ataque era cuerpo a cuerpo y en esos momentos en venía directo a mí. Luego después de haberle dado una fuerte estocada al cuerpo; y con el corvo en la izquierda era yo todo un toro sediento de sangre; y con la velocidad de un rayo, no dude un segundo en terminar de apuñalarlo directamente al cuello; mientras escuchaba a mis amigos caer muertos. La furia me consumía en esos momentos, porque ya no tenía municiones; para luego salir como una víbora e iniciar una masacre; siempre atacando debido a que en tácticas militares, no es utilizan esas técnicas de asalto; y volví a la escena del crimen, como dicen los detectives, para contemplar a mis amigos que yacían ahí sin vida, y llore amargamente. Casi nunca acostumbraba a llorar, pero lo hice, y juré vengarlos debido a que llegó otro pelotón de ayuda y sacamos los cadáveres, de quienes fueron prácticamente mis hermanos. Espero no poder volver nunca, a oír el nombre de esa maldita selva; por la imagen de muerte que estampó para la eternidad en mi memoria; pensaba mientras me servía el café caliente con galletas. Mi madre Elena Márquez se compadecía de mí, y me trataba con cariño; yo no me sentía mejor con eso, nunca fui aficionado o adicto al licor; pero a veces una cerveza no podía faltar en la noche o antes de irme a dormir, donde esperaba alejar mis recuerdos bélicos, en la inmensidad de la noche. Similar a la oscura y nefasta selva, que desgraciadamente me toco conocer, pero el verla no me habría importado, porque con la valentía del entrenamiento militar, solo con mi cuchillo habría podido sobrevivir. Lo que me molestó siempre; fue el ver a mis compañeros en las condiciones en que estaban, y la infinita furia de no poder ayudarlos. Confieso que era un poco cruel, pues a los pobres gatos que se asomaban por el tejado, yo tenía la costumbre de dispararles, con el rifle de repetición. Por entrenar puntería ya que no los mataba, solo les hacía volar unos pocos pelos, porque sí tenía conciencia que esas formas de vida, por negras que fueran, se merecían más mi respeto que los vietnamitas, pero no me gustaba verlos, así que en mis horas de ocio los espantaba con municiones, las que me faltaron para poder haber defendido con rabia y coraje a mis compañeros. Sabía además que en día de estos, mis amigos vendrían a verme, para mí no era una molestia en absoluto y hablando de vida social, mi recuerdo ese día cuando salí a vagar por la ciudad, y entre al café “Batallas”, pues sentía como un desierto mi garganta; y la cerveza helada aplacaba esa sed en el mesón. Cuando se me acerca uno de eso prepotentes, y desubicados, y me increpa de una forma muy poco amable, ¡Hola idiota! Lo miré de reojo, pero no le preste atención, y le di la espalda, sabiendo que eso era peligroso por la instrucción de las tácticas militares; pero como era un desubicado y débil, para mí no representaba ninguna como enemigo bélico. Y seguí sirviéndome la cerveza, pero el desubicado siguió en su actitud molesta, ¡a ti te hablo!; me increpó. Para dejarlo tranquilo, me voltee y le dije, en un tono calmado pero en todo de voz ya un tanto serio y casi enfadado, si ¿que quieres? Mira gallina, me increpó, te apuesto un triple a sencillo, a que no me doblas el brazo en competencia de fuerza en cualquier meza. Pero yo no estaba de humor para juegos físicos, por lo que le dije, “esta noche no, estoy ocupado, y no me gusta que me digan gallina”. Exclamó John Y me siguió desafiando, ¡es que tienes miedo!, me gritó con aires de prepotencia, burla e ironía. Ya se me estaba acabando la paciencia, y le dije, ¡mira, yo no le temo a la muerte! ¡Apostemos entonces!, me increpó. Y ahí recordé mis días en que con una sola mano, levantaba a los vietnamitas, para luego degollarlos. ¿Te tragaste la lengua?, me increpa, dándome un golpe en la espalda. Esa actitud en mis pasados tiempos había sido motivo de sobra para matar a un enemigo; sin ningún miramiento. Pero conteniendo mi ya iniciada furia, y para ver si me podía sacar a esa molestia de encima, acepté el reto, y fuimos a la meza. Nos sentamos, me miraba con una expresión de burla en la cara, otro cliente estaba al lado, nos tomamos los puños, mientras terminaba mi cerveza, y yo observaba y estudiaba a mi contrincante, como lo estaba acostumbrado a hacerlo en las pruebas militares; era más chico que yo, y ni siquiera parecía un soldado de ultima categoría. ¡Preparados!, y empieza la contienda. Y nos soltó los puños, y veía al mafioso que hacía las veces de juez, y se ponía cada vez más rojo por todos los esfuerzos que hacía, yo ni movía el brazo, lo mantenía ahí solamente donde empezamos y los gritos del resto de los clientes del bar, que ya habían hecho sus apuestas al que le decían el brazo de plomo; y le gritaban que acabara de una vez, mientras que su sudor le corría en la frente, su rostro colorado, su respiración jadeante, y lo seguían apoyando mientras que yo estaba inmóvil y lo miraba tranquilamente. ¡Tu puedes, brazo de plomo!, lo alentaban los clientes, ¡fuerza, termina la apuesta de una vez!, pero no podía, y yo tranquilamente solo me limitaba a escuchar el alboroto de los clientes del bar. Parece que te van a fundir, por lo volado que estas, le gritaban los clientes que habían apoyado a su favor. ¡Cállense imbéciles!, les grita brazo de plomo; ¡que no me dejan concentrarme!. Yo estaba tranquilo en todo ese alboroto y lo miraba calmadamente, pero de pronto algo pasó y en su cara empecé a notar una expresión muy extraña; que empezó a acelerar la respiración. ¡Ya lo tienes!, gritó un cliente, y eso aumentó mi furia, creía que no era un soldado común, pues lo vi en la expresión de su rostro, un parecido a soldado vietnamita; y lo encontré parecido a los que hacían había que matado a mis amigos, no digo que saque fuerzas de flaqueza, porque fuerzas no había hecho mayormente, solo sé que me empecé a enojar, ya tenía odio en mis ojos. Y este me cegaba en pos de lo que estaba ocurriendo; y empecé a oler a selva y a pólvora quemada, como la de los tiros disparados, mientras fumaba al lado mío otro cliente, ya no estaba en el café, me dije en mi mente; ya no estaba en la ciudad, parecía un toro embravecido o un jabalí herido. Los que estaban a nuestro alrededor me miraban intrigados y un poco asustados por mi comportamiento, y mi contrincante me dijo ¡me declaro vencido!. ¿Así esta bien?, le dije. Trato de soltarme pero yo no lo dejé, y le apretaba más la mano, mis fuerzas crecían mientras más me concentraba, ¡ay, ay, suéltame¡ me suplicaba, y gritaba. Yo al oír su lamento soplo atiné a gritar ¡ahora!, para luego hacer chocar el brazo contra la meza. ¡Piedad!, me gritó pero yo ya estaba embravecido; así que le solté la mano para agarrarle el antebrazo, que apretaba a cada momento que pasaba, y no lo soltaba con furia incontrolable. ¡Pagarás lo que le hiciste a mis compañeros, perro vietnamita!, le increpé, y yo me paré pero… ¡basta! me gritó la multitud de clientes del “bar Batallas”. Ese grito me cayó como un golpe e hizo que soltara a mi contrincante, lanzándolo al suelo; que ya estaba dispuesto a degollarlo, si hubiera tenido mi cuchillo al cinto. Para luego volver en mí, y recuperar un poco el aire, y tratar de empezar a tranquilizarme. Luego el retador se escabulló quejándose del insoportable dolor en su brazo, mientras los demás clientes del bar, retrocedían para darme lugar y caminar, al mismo tiempo que yo los miraba. ¡Usted gano!, me dijo uno de los clientes, que estaban totalmente aterrados en el bar, dejando dinero en la meza por la apuesta que yo había ganado, le pagaremos su consumo, le decían al barman. “Fue un placer negociar con usted”, y “que tenga un buen día señor”, me dijo el cantinero, al mismo tiempo que terminaba mi cerveza; y en el momento en que yo ya me disponía a salir caminando en una actitud de desafío; que infundía miedo y respeto, hacia los otros clientes que me miraban cautelosa y miedosamente. Yo solo guardé el dinero, pero antes de irme el cantinero me dice “señor, no sabe el favor que me hizo”, me molestaban todas las noches. “no es nada”, le dije mientras ya me iba, y me despedí amablemente del cantinero diciéndole “hasta luego”. Ya el reloj marcaba las 12 menos dos, de la tarde y abrazaba el cielo azul, eran bonitas todas esas estrellas; al mismo tiempo que reflexionaba introspectivamente, “como me contuve en el la contienda de fuerza del brazos”. Todo este mundo de recuerdos bélicos que llevo en mi mente todo el tiempo, y me acompaña adonde quiera que voy; y no puedo separarme de él. Me acompaña adonde quiera que voy; donde yo quiero, y eso es lo malo es inevitable, porque esa es mi naturaleza; como la fábula donde el escorpión le pide al sapo que le ayude a cruzar el río, y el sapo le dice pero escorpión si tu me picas, nos vamos a ahogar los dos, perfecto no te voy a picar, le dice el escorpión, pero a mitad del río, el escorpión pica al sapo, inyectándole su mortal veneno, y el sapo exclama adolorido, ¡escorpión, me has picado, ahora nos vamos a ahogar los dos!, si tienes razón sapo, pero no pude evitarlo, es mi naturaleza. A esa altura ya me faltarían unas dos o tres calles para llegar a la casa, pero al doblar las esquinas veo a los clientes del bar parados, en actitud desafiante. ¿Adónde va nuestro amigo?, me pregunta uno, ¡devuélvenos el dinero!, me grita mi contrincante vencido. “Ustedes son unos malos perdedores, yo le gané en una pelea limpia, que ustedes me provocaron yo a ustedes no les hice ningún daño, solo fue una competencia, y en esos términos hay vencedores y ganadores, así que retírense de mí camino”, les increpé. Sin notar que se habían juntado en equipo, como en las patrullas que recorrían las selvas que yo tanto dominaba tanto exterior como mentalmente. ¡Vamos a enseñarte nuevas reglas de competición!, me increparon poniéndose por delante de mi camino. Ahora vas a pagar, me dijo uno al lanzarme un golpe con su mano izquierda, al mismo tiempo que dos me tomaban los brazos, y me grita el perdedor, “ahora sabrás por que me dice puño de plomo”; me dijo acercándome a mi, y con mucha calma les dije, déjeme pasar o no respondo, y ya estoy empezando a perder la paciencia. Pero ellos no cedieron, así que no aguanté la furia, y lancé los brazos hacia atrás, dejándome el camino libre; y haciendo caer al suelo a dos de mis contrincantes, para luego romperles la nariz en cosa de segundos. Juego de niños para mi, y sin necesidad de hacer uso del cuchillo, solo de las tácticas de artes marciales de preparación de la guerra para el viet-nam de los años 60. Otro contrincante se asusto al ver mi reacción, yo ya no estaba en mis cabales, y por estupidez arremetió en mi contra violentamente, dispuesto a golpearme con un bate de béisbol; yo logré esquivarlo con la facilidad que esquivaba a los soldados vietnamitas; y ya sin ningún miramiento le rompí el mentón con un golpe de puño, maniobra fácil para mí; en términos de esquivar, bloquear y contraatacar. Los dos que tenía a mis espaldas, sacan navajas del tipo mariposa, y parece que querían algo más que un simple ajuste de cuentas; entonces esa imagen sí que ya me internó mentalmente en una fuerte escena de violencia bélica. Y con el entrenamiento militar, estudio el movimiento de mis contrincantes; pero logro ver que eran torpes en sus ataques y movimientos, sin instrucción ni profesionalismo. Claro que a veces hasta un soldado torpe puede ser peligroso, pero sin ayuda de fuerza, solo con inteligencia logro volcar su ataque haciendo que ellos mismos se entierren sus propias navajas, ¡imbéciles!, pensaba yo, si no saben el arte del arma blanca, no se atrevan con el. Y luego golpeo al otro, en la cara lográndolo derribarlo automáticamente al suelo, y casi sin sentido, con el rostro totalmente ensangrentado, y haciendo uso de las patadas que van directas al cuello, y que en cosa de segundos, dejan inconsciente a cualquier contrincante; le propino un puntapié en la cabeza del que ya estaba en el suelo, sintiendo que si lo hubiera matado por su indolencia, le hubiera hecho un favor. Es que no saben con quien tratan, ya que los recursos bélicos de preparación nunca se olvidan, ni en el lugar donde uno esté, ya sea en la selva verde o la de cemento. Me volteo sobre mi mismo, en posición de ataque y enfrentamiento de para analizar los movimientos de tácticas de mis contrincantes, por torpes que sean en las prácticas de lucha, y tomo el bate de béisbol. Se lo pongo de una forma amenazante al cuello del que me había atacado, y le increpo, “mira imbécil agradece que te dejo con vida, porque ando mareado por la cerveza que consumí en el bar, pero si hubiera estado totalmente lúcido, no sé a que consecuencias lamentables para ustedes, yo les habría hecho llegar”. Así que me dispuse a recoges las navajas tipo mariposas, como recuerdos y trofeos de guerra que tanto me gustaban coleccionar, después de haber matado a soldados vietnamitas en la selva verde de Viet-Nam. Y a pesar de eso me atacaron dos con sus navajas, pasé por el medio de ellos pero en tácticas de llaves de fuerza les tomo de los brazos, y se los rompo clavándoles sus propias navajas, en ellos, para que tengan una idea a quien se estaban enfrentando. Mientras apuñalaba a quien estaba al frente, con la misma naturalidad con que me fumo un cigarro, en términos de aplicar los precisos cortes, pierna, ingle y uno leve en la garganta, no con intenciones de matarlo, porque para eso, solo me habría bastado aplicar un poco más la fuerza, sino que para desarmarlo, y dejarlo fuera de combate. Al mismo tiempo que lancé el bate de béisbol al aire, mientras propinaba los cortes, lo tomo, guardé mi navaja en mí cinturón y le propino un golpe en la cara, haciéndole saltar sangre, para destrozarle la nariz, y aún no me encontraba totalmente enfurecido. Y solo con mis propias manos, y dejando el bate en el suelo, golpeo a otro contrincante en el cuello, haciéndolo caer inmediatamente al suelo, ya que dicha táctica del golpe preciso de kárate; siempre me había dado infalibles resultados. Y otro contrincante que me miraba totalmente asustado, con la simple aplicación de una llave, lo derribo hacia el suelo, y en acto de compasión lo deje aturdido, con un leve golpe del bate en la cabeza. En el ínter tanto me había olvidado de mi contrincante, que se arrastraba en el suelo y el verlo intentar ponerse de pie, le aplico una llave directa a la tráquea, que deja inmovilizado a cualquier adversario, “dile a tus amiguitos que la próxima vez que pierdan y no acepten la derrota; tendrán problemas de verdad conmigo”. Para luego en giro de gancho derecho, le propino un golpe en el cuello, dejándolo caer inconsciente al suelo. Me doy vuelta, y observo la escena, todos en el suelo sangrando mientras ya relajadamente y en actitud de pensar a quien agredir físicamente. Tomo el bate con mis manos, saco un cigarro de los que fumaba en viet-nam después de los enfrentamientos, y pensaba, “malos perdedores, muy malos perdedores”. Si hubieran estado un día en la selva verde, ahí si que habrían sabido lo que es el sufrimiento de verdad. Al mismo tiempo que me alejaba caminando tranquilamente por la calle, con el bate y las navajas en las manos, disfrutando tranquila y relajadamente mi cigarrillo. Y disfrutando de una paz interior que me había llevado ese enfrentamiento, y la paz me gustaba me llevaba a un estado de quietud y calma mental. Pero más bien la soledad en la que me encontraba, de una alegría o escena agradable al ambiente, la paz que tanto me inspiraba y hacia recordar a mis compañeros. Como la de estar solo, pero totalmente acompañado de ya lejanos y muertos recuerdos. Sí, digo muertos por mis compañeros caídos en la selva verde. Al otro día desperté bien pues había dormido como un tronco, y no como solía hacerlo en la selva, arriba de uno. Y ya debía levantarme pues mí padre Erick, no le gustaba que yo flojeara, además como todo jubilado de contador, y veterano como le decía así peyorativamente era siempre puntual. Mi padre Erick recordaba los dolorosos momentos, por los que yo había pasado, en la guerra de Viet-nam, que eran imágenes bélicas de mi subconsciente. Y que estaban estampadas en mis diarias memorias, que eran parte de las peores de mis experiencias, y que abarcaba mi mundo de dolor interior en una sola palabra: Camboya. Pero era como un disparo en el pecho o que me silbaba por mi cuerpo, el solo hecho de escuchar esa palabra. Y dicho sonido exaltaba toda mi furia interior; haciéndome reaccionar violentamente ante cualquier objeto físico de mi entorno. Mi madre Amelia, me comprendía. Y posteriormente le diría junto con el café, en la tarde después de llamar a la casa por teléfono, entonces supe que vendrían “mis amigos”. Sí, los denominaba de esa forma porque hacía tiempo que no los veía; los recordaba como viejos compañero de la educación de la universidad, claro que en mis difusos y ya casi olvidadas imágenes, nunca fui un buen estudiante, debido a mi costoso y duro aprendizaje de materias. Como fueron mis años de estudio en la universidad, estudiando ingeniería en armamento, pero me sacaron para usarlo. En lo que si recuerdo que tenía habilidad, era en las pruebas de ejercicio físico, de ahí mi inclinación hacia las artes marciales. No me importaba el sudor ni la sangre que me costaba, porque sentía y experimentaba intensamente una furia interna. Claro que trataba de tranquilizar mi furia interna, con las lejanas notas de la canción emblemática. Lily Marlen. Que era la favorita de John, cuando en esas tardes escuchaba música, claro que no les prestaba mucha atención, a las marchas militares alemanas. Y luego mi madre Amelia; me preguntaba ¿que te pareció la melodía?, y respondía que a pesar de que era el emblema de los soldados, de la primera y segunda guerra mundial, le hacia olvidar dicha realidad; contestaba John. Curiosa contradicción; encontraba yo el tratar de olvidar a un pasado tormentoso, con el tema que era el himno de la guerra. Así es el ser. Además John poco respeto le tenía a la muerte, ya que de haberla visto pasar tantas veces a su lado; ya se le había convertido en una rutina más, y por consiguiente le había dejado de llamar la atención. Esa tarde, estaría esperando a sus amigos y estos lo vendrían a ver; pues así comprobaría si la vida social lo calmaba, y lo hacía sentirse mejor. Pero ni media idea que se le fuera a parecer a la producción; que tiene el pensamiento por base, el no sabía que los vándalos le gastaría una broma. Precisamente al que no las soporta; y esa tarde después de almuerzo, los golpes, por hacer de tripas corazón irían al certero blanco negro. Se la van a dejar en el depósito de visitas, que tenía el lugarcito hogareño con puertas y ventanas, que era un juguete plástico de bomba. Pues Rosario la ama de llaves, que era buena persona, le pasaría el recado que los pinos ya estaban en su lugar, para que la bola los derribara, en otras palabras ya habían llegado los muchachos en tanto John moraba arriba. Leyendo el informativo de papel, tendido sobre el objeto donde acostumbramos a dormir; y ya lo habrían llamado para solicitar su presencia sin su ausencia, que estaba presente en esos momentos. Pero los tres amigos, le gastarían una broma de muy mal gusto, como tentar a un jaguar; con un conejo de plástico. Los graciosos salvajes pusieron una granada de juguete en la mesita del living, con la argolla despegada, y se hicieron humo. Ya se venía contemplando la silueta del veterano sobre los peldaños, no entre las hogueras selváticas, cuando le faltaba el penúltimo escalón para tocar el suelo, sus ojos le avisaron que había un objeto indeseable, en el recinto llamado comúnmente habitación. Pero fue como tirarle un balde de agua fría en la cara; ya que el corazón le dio un vuelco, y sin saber como voló por el living, toma con la diestra el arma y la lanza por la puerta, que daba la parada al aire. Para que esta arma de plomo a simple vista, pero que en realidad era de plástico, chocara contra el cielo. Después, se recostó al lado del sofá grande, sin perder el tiempo en respirar y se tapó los pabellones auditivos para no hacerlos trabajar con el estallido. Pero como los amigos eran bárbaros, y estaban resguardados detrás del sofá, con gran extensión gritan al mismo tiempo, ¡¡¡bom!!!!. Lo que hizo que el pobre de John, tendido de abdomen diese un salto, cayendo de espaldas, helado y con el corazón parado por un segundo. Luego que recuperó el oxígeno y se levanta dijo, ¡infelices! ¿Me quieren matar de un infarto? Vamos John, le dijo Frank, era una broma. ¿Adónde dejaste tu sentido del humor? Le dijo Ángel, mientras los tres se apretaban el estomago riéndose a carcajadas. Una broma más como esta, increpó John, y les corto el cuello a los tres, ¿me entendieron? No era para tanto, dice Omar, al mismo tiempo que se arregla el pelo y tomaba asiento. Casi en las caras les llegan las cervezas que le da Franco, que eran de lata estaban como en la Antártica, ¡trataré de dejárselas pasar!, pero tendrá su costo. Y por favor que uno guarde el “juguetito”, “ni para basurero nos sirve a nosotros”, dijo Ángel, mientras se limpiaba la boca con la siniestra, al mismo tiempo que Frank, hacía humo con los cigarrillos, que eran los mismos que fumaba John cuando estaba en la selva de viet-nam. ¿No te harán daño?, le dice Frank, no amigo, es para acompañar la frescura de la cerveza, es una de las mejores cosas que hay; dice John. Sí como también la frescura, señala Ángel. Y si las ojeadas causaran efectos destructivos la de Frank, que había roto una piedra cuando contempló a John. “El tiempo es como un río”, dijo Ángel, porque pasa sin que nos demos cuenta. Menos mal que pasa y no se queda. Le contestó John. ¿Por qué?, preguntó Omar. Mira el tiempo malo parece ser eterno pero en el fondo, es como la poesía, pasa igual que el viento. ¿Qué te volviste filósofo?, le pregunta Frank, porque hablas con comparaciones tan poéticas. No, solo uso el discernimiento, mira que si no fuese por mi cabeza, quizás no habría evitado cosas o situaciones no deseables; dice John. “Yo diría que te volviste mal genio”, le dice Omar. El mal genio lo llevo desde la primera vez que lloré, cuando prendí a respirar, replica John. “Y parece que fue la última vez que humedeciste tus ojos”; le dice Ángel. Mientras reían Omar y Frank. Pero John no contesta y termina de un trago la lata de cerveza, para luego botarla con la diestra; y al mismo tiempo que la retorcía y arrugaba como si fuera un papel y les dijo: “como soy, es problema mío, no le doy explicaciones a nadie de mi forma de actuar, porque detesto los argumentos. Y en su reemplazo puedo dar la muerte”. Y terminó de hacer crujir la lata, al mismo tiempo que la partía con sus dos manos, señal para que los tres visitantes empezaran a temer y a desconfiar. “bueno, creo que debo partir”, dijo Frank, un tanto temeroso; quédate si aún es temprano”, le dijo Ángel, ¡me doblastes! Y se volvió a sentar. Y Frank lo recorría y estudiaba con su mirada, ¿y que hicieron y van a hacer hoy? Dijo Ángel, Por el dueño de casa. Estamos de vacaciones, trabajando aunque parezca difícil de creer, le dijo Omar. Eso sí es verdad, dijo John. Bueno dejemos las correrías, que no estamos en un rodeo y pastelero a tus pasteles, dijo Ángel. Si cuéntanos John, como te fue allá, dice Omar. Yo no he ido a ninguna parte. Dijo John, no te hagas el interesante, y cuéntanos como luchaban, le dijo Omar. ¡Explíquense de una vez que todavía no caigo en la trampa!, gritó John, ya molesto. ¿Cómo te fue en la guerra? Le dijo Frank, con crisis de ansioso, lo que le hizo sentir a John, un golpe en la cara, que lo llevó adentro de su cuerpo. ¿Qué fue de la universidad y tu carrera?, fue lo único que por su mente atinó a pasar y por sus labios a salir. No trates de escabullirte mira que estás como las alturas de un ranchero famoso, y sin se franco con nosotros, le dijo Ángel. Que por su mente afuera del temor, y después confiamos que había un sentido, en tu actitud, ya que hace unos momentos le pasaba por su mente un sin número de ideas, entre las cuales John pensaba, ¿cómo se sentirá?. Y en ese mismo momento la cara de Frank, expresaba igual interrogante, y por primera vez eran dos personas totalmente distintas que piensan lo mismo; y por igual número de tiempo que fue como unos treinta segundos, donde el mecanismo de ráfaga mental disparaba una serie de imágenes, en las mentes de los dos amigos Ángel y Omar. Que parecía detenerse y concentrar su blanco en una sola cosa, y luego a Frank, se le empezaba a borrar esa misma idea, y a expresar en su lugar una actitud de extrañeza; pues nunca había estado antes con un veterano, y de niño la guerra lo apasionaba. Esto no era producto de las películas bélicas ofrecidas en televisión, o el cine; si no un deseo creciente a veces, y a cada momento de una determinada situación puntual. Que lo hacía sentir su odio a toda persona que fuese superior, en cualquier sentido vale decir más ágil, hábil en mente con alguna cualidad artística, o todo lo que fuese positivo y fuera en desarrollo de la persona. Porque Frank; ya había logrado darse cuenta al fin, de todo lo que había pasado John; en su experiencia por la guerra. Cuando vio caer a sus compañeros, como si fueran sus hermanos, cuando sabía que era una gran persona, pero que por su necesidad de sobrevivencia se acostumbró a matar; porque la situación era imperiosa y se lo demandaba, porque sabía todo lo que había vivido y sufrido. Y al fin Frank logró aprender que la guerra no era buena, que no era un juego de películas; y logró saber que era lo peor que le podía pasar a un hombre. Y ese hombre era su amigo de la infancia, a quien la guerra lo había convertido según la opinión de muchos en un monstruo; por su conducta violenta y social.
Pero para Frank, esa definición no le importaba, porque seguía y seguiría siendo su gran amigo de toda la vida.

FIN

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