miércoles, 10 de septiembre de 2008

EL CHASQUI QUE VIAJABA EN UNA HARLEY DAVIDSON.



CUENTO METAFÍSICO ENTRE EL FOLCLOR Y LAS FRONTERAS DE CHILE Y EL MUNDO



“Los misterios y los designios se hacen palabras, toman formas, adquieren colores y resonancias. Y aquí esta lo profundo y duradero, el espíritu de lo popular, el alma del pueblo que es eterna como sombra y como reflejo”.

Oreste Plath.


A lo lejos, por entre una abrumadora polvareda que marcaba el camino del lejano horizonte; al mismo tiempo en que se junta el cielo con el mar, en una escena metafísica y surrealista se lograba distinguir una pálida e indefinida silueta. Pero imposible de definir a la distancia, por esa ambigua combinación de niebla camanchaca, polvo, atardecer, y rayos de sol del temprano y melancólico otoño. Porque la figura que se acercaba lentamente a nuestra hacienda campesina, no lográbamos distinguirla visualmente con tangible claridad; debido a que no sabíamos si era un jinete, un ciclista, o un motociclista. En la medida en que se acercaba, poco a poco, metro a metro, lográbamos ver que era una figura imponente, notoria por el espacio físico de su estampa. Su acercamiento era lento. Poco a poco ya la podíamos vislumbrar, claro que de una forma muy borrosa; pero aún no la lográbamos ver con claridad ni definir por el crepúsculo de la tarde; que se entremezclaba con la abrumadora y extensa niebla extendida, a esas horas por estos pagos. Dichos pagos, o territorios, que por supuesto eran netamente chilenos, (ya que estamos hablando de los campos de Rancagua) me recordaban a las agrestes pampas argentinas. Por toda su inmensidad y amplia extensión campestre, de entre la polvareda, la niebla camanchaca, y por supuesto los macilentos atardeceres de las llanuras otoñales. Versificadas, descritas y estampadas en los hermosos cantos, que el gran payador argentino Santos Vega había poetizado. Y a quien mi bisabuelo rancagüino conoció personalmente; cuando tan famoso payador tomaba su guitarra y le cantaba al caer el crepúsculo, estos hermosos versos:

El alma del payador:

Cuando la tarde se inclina
sollozando al occidente,
corre una sombra doliente
sobre la pampa argentina.
Y cuando el sol ilumina
con luz brillante y serena
del ancho campo la escena,
la melancólica sombra
huye besando su alfombra
con el afán de la pena.

Cuentan los criollos del suelo
que, en tibia noche de luna,
en solitaria laguna
para la sombra su vuelo;
que allí se ensancha, y un velo
va sobre el agua formando,
mientras se goza escuchando
por singular beneficio
el incesante bullicio
que hacen las olas rodando.

Dicen que, en noche nublada,
si su guitarra algún mozo
en el crucero del pozo
deja de intento colgada,
llega la sombra callada
y, al envolverla en su manto,
suena el preludio de un canto
entre las cuerdas dormidas,
cuerdas que vibran heridas
como por gotas de llanto.

Cuentan que en noche de aquellas
en que la Pampa se abisma
en la extensión de sí misma
sin su corona de estrellas,
sobre las lomas más bellas,
donde hay más trébol risueño,
luce una antorcha sin dueño
entre una niebla indecisa,
para que temple la brisa
las blandas alas del sueño.

Mas si trocado el desmayo
en tempestad de su seno,
estalla el cóncavo trueno
que es la palabra del rayo,
hiere al ombú de soslayo
rojiza sierpe de llamas,
que, calcinando sus ramas,
serpea, corre y asciende,
y en la alta copa desprende
brillante lluvia de escamas.

Cuando, en las siestas de estío,
las brillazones remedan
vastos oleajes que ruedan
sobre fantástico río,
mudo, abismado y sombrío,
baja un jinete la falda,
tinta de bella esmeralda,
llega a las márgenes sola...
¡y hunde su potro en las olas,
con la guitarra a la espalda!

Si entonces cruza a lo lejos,
galopando sobre el llano
solitario, algún paisano,
viendo al otro en los reflejos
de aquel abismo de espejos,
siente indecibles quebrantos,
y, alzando en vez de sus cantos
una oración de ternura,
al persignarse murmura:
¡El alma del viejo Santos!

Yo, que en la tierra he nacido
donde ese genio ha cantado,
y el pampero he respirado
que al payador ha nutrido,
beso este suelo querido
que a mis caricias se entrega,
mientras de orgullo me anega
la convicción de que es mía
¡la patria de Echeverría,
la tierra de Santos Vega!.

Hasta que por fin se discipan todas nuestras dudas, ya que nuestro misterioso personaje, llega de una vez ante nosotros. Ya no nos cabía la menor duda, era un motorista. Porque hace su entrada triunfal en una campante y flamante motocicleta; que en su parte trasera se le notaba claramente el banderín que decía: “Harley Davidson”. Había llegado a nuestra tranquila y natural hacienda, propia de los campos chilenos, por su característico relajamiento, muy contrario a las ciudades grandes como Santiago, que a pesar de estar a poco tiempo de donde estábamos, era todo lo contrario en lo que a vida cotidiana se refiere. Nuestra hacienda era caracterizada por las escenas más históricas y folclóricas, descritas como las hermosas y poéticas regiones geográficas de nuestra angosta y larga faja de tierra. Era una hacienda propia de los campos chilenos, decorada y adornada con hermosos copihues, hojas de pino, ruedas de carreta, fardos de paja, y yuntas de bueyes; infaltables en toda escena típica de la zona central, de nuestro largo y querido Chile. Porque entre su nutrida decoración, no podían faltar además las flamantes monturas, y las brillantes espuelas de plata de mi abuelo, huaso oriundo de Rancagua. Que cuando galopaba en el campo, no soltaba el rebenque y la chupalla, además de lucir gallarda y orgullosamente toda su colorida vestimenta, propia de la zona central. -Era una deliciosa y agreste hacienda-, pensaba yo interiormente a la luz de esos lejanos rayos de sol; relajada y natural donde estaba yo y mi grupo de amigos campesinos, al fondo de esos melancólicos otoños y de folclóricas tonadas que interpretaban elegantemente los Huasos Quincheros como “El Corralero”.






Debo agregar también que en ese folclórico ambiente, muy parecido a los roderos chilenos, era infaltable la buena y jugosa carne al palo (plateada). Eso sí, dicho manjar era propio de los esteros del río Maule, entre campos y los frutos maquis de la zona. Y por supuesto no podía faltar en tan formidable y opípara ocasión, el calor de un delicioso vino chileno navegado, con canela para el sabor y deliciosas rodajas de naranjas continentales. Posibles de encontrar, hasta en los mercados más remotos y lejanos de toda Europa. Como mi abuelo huaso rancagüino, me había contado que había leído una vez, en un ejemplar del primer periódico que había visto en un museo, y no olvido su nombre “La Aurora de Chile”. Ya a la bajada del crepúsculo, entre la polvareda, la camanchaca y el poético otoñal atardecer de nuestra pintoresca hacienda, aparece nuestro misterioso personaje; vestido totalmente de cuero negro tipo veterano de la guerra de Viet-Nam de los años ’60. Y a juzgar por su apariencia y estampa en lo que se refiere a su vestimenta, no me cabía le menor duda que era un yankee que se compró una motocicleta, y salió a recorrer el mundo. Entre el misterioso y tranquilo crepúsculo, que marcaba nuestro folclórico atardecer, dicho motorista apagó su imponente motocicleta. Se bajó de ella de la misma manera en que mi abuelo solía desmontar gallardamente su caballo, mostró sus flamantes botas de cuero negro, muy diferentes a las polainas de los huasos, se acercó a nosotros, y nos dijo: “Buenas tardes amigos, me llamo Pedro”. Su forma de caminar no era como la de los campesinos de nuestra hacienda, pero sí se hacía notar para deslumbrar e impresionar. Nosotros nos quedamos sorprendidos por la estampa de nuestro misterioso visitante, por su forma de llegar, ya que no era a caballo, claro que parecía un jinete, pero por sobre todo por su vestimenta, pantalones y chaqueta de cuero negros, y por su flamante motocicleta, además. Luego que nos saludó amablemente, como que empezamos a tener confianza con él, porque nos había dicho su nombre. Entonces nos dice tranquilamente, “disculpen la molestia como he escuchado decir en Chile al pasar y con todo respeto, es que ando medio perdido. Y amigos, no se extrañen por mi vestimenta, resulta que soy un chasqui”. ¿Un chasqui?, pensé yo. Pero caramba que anda perdido este caballero, entre el tiempo, los campos y el espacio, les comenté a mis otros amigos; y ellos dijeron que sí, que estaba muy perdido. Porque hasta donde mi abuelo me había contado, si viene cierto era huaso pero muy letrado, los chasquis eran los mensajeros incas, que utilizaban un sistema de postas. Eran jóvenes de 18 y 20 años, entrenados para correr y llevar las cartas. Además la palabra “chasqui o chasque”, se incorporó a la lengua española el año 1535. En lo que podría haberse parecido a los chasquis, nuestro misterioso visitante, era que recorría campos, praderas, y toda la naturaleza días enteros. Porque en los tiempos de los chasquis, aún no se fundaban las actuales ciudades como las conocemos hoy en día. Sino que se vinieron a edificar con el conquistador Pedro de Valdivia en Chile, muchos años después. Ahora por la apariencia de nuestro amigo, más que un chasqui inca parecía un veterano de Viet-Nam como ya lo habíamos dicho, de los años ’60. Y de joven poco le iba quedando, porque una vez que se había sacado el casco, demostraba tener sobre 40 años. Nos causó una fuerte y gran impresión de extrañeza su apariencia en cuanto a vestimenta y lo que se decía ser. “Tranquilos señores”, nos dijo ya de una forma más relajada. “Lo que pasa es que en mi grupo de amigos del club de la Harley Davidson, me dicen el chasqui, así peyorativamente porque ando en la motocicleta todo el día; y además soy el mensajero del club”. Nosotros ya nos habíamos recuperado de la impresión, por las explicaciones que Pedro nos había dado, y poco a poco nos íbamos familiarizando más con nuestro misterioso visitante. ¿El mensajero del club?, le pregunté yo. Sí, respondió Pedro. “Es que esta hacienda rancagüina es muy famosa, y conocida hasta internacionalmente por sus cultivos; y es por eso que mi club me envió a dejarles un mensaje a ustedes”, nos dijo Pedro. ¿Un mensaje?, le preguntó Rosendo. – Pero hoy en día con la tecnología que hay, no es necesario que venga por estos pagos personalmente a dejarnos un mensaje, ya que si viene cierto ésta es una hacienda campesina, pero, hasta los teléfonos celulares toman la señal por acá en el campo, le dije. Además tenemos un teléfono de red fija. “Sí amigo, es cierto y tienen razón”, nos dijo Pedro. “Pero en mi club a pesar de que ustedes son conocidos, nadie se sabe sus teléfonos de contacto; ni tampoco sus correos electrónicos”. “Tienes razón, Pedro”, le dijo Rosendo. “Pero ven, y comparte con nosotros que aunque te parezcamos diferente por tu vestimenta, porque quizás nos ves como arrieros acampados, por estar acá al aire libre, al lado de este apetitoso asado, y un amistoso vino navegado, no te quedes ahí parado y disfruta de nuestra camaradería”, le dije. “Claro”, respondió Pedro. “Y sírvete este vino navegado que está para despertar muertos”, le dijo Rosendo. Luego de haberse servido unas tazas de vino navegado, yo le pregunté, ¿Y cuál sería el mensaje que nos vienes a dejar?, entre trago y trago, que le servía Rosendo. Y a Pedro parecía encantarle más a cada momento porque nos daba la impresión de que no lo había probado nunca, debido a que le gustó el sabor dulce y el aroma de las naranjas. “Es una invitación”, nos dijo Pedro. ¿Una invitación, y en qué consiste?, le preguntó entusiasmado Rosendo, que se distrajo un poco de nosotros, y en eso le dije, “oye Rosendo, nosotros también tenemos sed”, y todos nos largamos a reír, porque solo se servía vino navegado Rosendo, y él a Pedro. Es para una reunión de tipo folclórica, nos dijo Pedro. ¡Pero si a comer nos llaman!, nos dijo Rosendo, mientras terminaba de servirse una taza de navegado. ¿Y dónde es el festejo, mi alma?, como decimos acá en Chile, le pregunté a Pedro. – Cerca de aquí amigos, es al otro lado. ¿Y dónde queda el otro lado?, le pregunta extrañado Rosendo, y Pedro nos responde, ¿pero cómo no saben ustedes donde queda el otro lado?. Con toda la belleza y tranquilidad propia de estos hermosos parajes y campos chilenos. Ustedes que se ven de lo más campesinos que hay, sin ofender por supuesto, y no saben donde queda el otro lado. Entonces Rosendo le dijo, “ah, Pedro, tú te refieres al lado de los argentinos. Ahora nos vamos entendiendo”. Por supuesto Rosendo,- le dice Pedro. “Es al otro lado. Al costado de estas hermosas planicies y llanuras chilenas, donde tenemos las pampas argentinas, y que son igual de folclóricas y lindas que las de este lado”, replica Pedro. Y ahora que te vas interiorizando de nuestro folclor, Pedro, -le dije, gracias por la invitación, entonces, en ese momento Pedro iba a decir algo cuando yo le dije “Pedro, escúchame atentamente, porque cuando un burro rebuzna, los otros paran la oreja, sigue ese ejemplo”. Y nuestro misterioso visitante, que ya no era tan misterioso, porque se había presentado y nos contó de dónde venía a pesar de que lo veíamos muy serio a su llegada, se puso a reír. Luego se volvió a su motocicleta, y como cual jinete experimentado que revisa sus alforjas, sacó unas botellas de vino, y cuando terminó de reír nos dijo: “Es que está entretenido el dicho”, sí se lo había oído a unos campesinos, cuando les pregunté el camino para llegar a dónde estaban ustedes, ya que ésta hacienda es muy famosa por estos lados. Y perdonen que me ría, nos dijo Pedro, pero es muy especial el humor que ustedes los chilenos tienen, con mucha sabiduría, en todas las frases típicas de los lindos y floridos campos chilenos de este lado. “Claro que hay sabiduría en nuestro folclor”, le dijo Rosendo. La sabiduría popular que todos aprendemos, sin necesidad de profesores, escuelas, o lugares de enseñanza académica. Solo es necesario que tu Pedro, converses con cualquiera de los campesinos, huasos, inquilinos, gañanes, peones, patrones de fundo, trabajadores del campo, y todos te van a enseñar algo, que no se te va a olvidar más, le dije. - En un especial lenguaje que a primera vista, te va a parecer quizás gracioso, pero es lenguaje campesino, porque vas a aprender más de esa frase que te dijo el trabajador del campo que de lo que te pueden entrar a enseñar esos pesados e ilustrados libros de enciclopedia, porque lo que conversa la gente, es sabiduría pura, Pedro; le dijo Rosendo. Por ejemplo mi abuelo era muy versado, y hablaba con muchos dichos de campo, pero no por eso menospreciaba a los libros, ya que atrás del galpón, tiene una biblioteca que parece potrero de lo grande que es, le dije a nuestro amigo motorista. “Tienes razón”, dijo Pedro. Y es increíble lo bonito y poético que resulta escuchar los refranes campesinos. Claro que a veces siento que esas pesadas y tediosas materias, que habría que entrar a leer largas horas yo creo que más que enseñarme algo, me confundirían, dijo Pedro. Y me dejarían con un dolor de cabeza que ni la misma motocicleta me causa, y eso que ando todo el día con el pecho frente al viento, experimentando una sensación de libertad, y pienso cuando ando en la motocicleta, “este camino es para mí solito. Y no lo tengo que compartir con nadie”. Nos decía Pedro, después que dejó las botellas de vino en la mesa. ¿Ves Pedro?, le dice Rosendo. Ya estás hablando como todo un folclorista, si uno aprende mucho por estos pagos. No lo vamos a saber nosotros; que somos nacidos y criados en estos lindos y campesinos parajes. Y hablando de folclor, le dije a Pedro; ¿qué son esas botellas que dejaste en la mesa y que sacaste hace unos momentos y parecen tener muy buena factura?. Entonces Pedro nos dijo, “estas botellas son de vino chileno, que las compré cuando pasé en mi motocicleta por Parral, porque me dijeron que en Parral hay unos moscateles que son de mascarlos”, y todos nos largamos a reír. Oye Pedro, le dice Rosendo. Para que vayas aprendiendo más del folclor chileno, los moscateles de Parral no se mascan, la que se masca es la chicha de Curacaví, y ahí todos seguíamos riéndonos. Es una chicha valla y curadora, le dije a Pedro, como dice la cueca. Y ya que está tan entretenida esta asamblea, nos decía Pedro destapemos estas botellas para seguir con la reunión. Entonces Rosendo le dice, “no Pedro, no es una asamblea, es solo una reunión amistosa y relajada como nos ves, tranquilos al poético, folclórico y campesino atardecer de estas hermosas regiones otoñales. Entonces le dije a Pedro, “y como decimos en Chile, nos fuimos por las ramas, porque tu nos dijistes que nos traías un mensaje”. Sí, tienes razón, me dijo Pedro, perdona es que me distraje, entre que servía el vino en la mesa, y el mensaje que les traía porque es para todos ustedes a una invitación: Para que vengan todos al otro lado, al de la Argentina, a una agreste pampa a que nos den una muestra de sus tradiciones folclóricas, nos dijo Pedro. Y así podamos compartir tanto chilenos como argentinos, por el folclor que nos une y podamos tener en común, nos dijo Pedro. Pero momentito, ¿de dónde dijiste que venías?, le preguntó Rosendo. Entonces Pedro nos dice, “ah, disculpen, debí haber empezado por ahí, yo vengo viajando de Estados Unidos, pero soy argentino, ¿o no ven la pinta de yankee que ando trayendo?. En todo caso, a pesar de mi estampa creo que después de este viaje a Chile, me voy a convertir en un amante del folclor, por todo lo que he ido aprendiendo desde que llegué a este largo y maravilloso país. Oye Pedro, le dije, -yankee, gringo, argentino, no importa lo que seas porque si te gusta el navegado, el vino chileno, la chicha de Curacaví, ya estás aprendiendo de nuestro nutrido folclor. Además si viajas desde tan lejos, a tu casa no más llegas, como decimos por estos pagos, y como dice la polca del guatón, la pinta es lo de menos, lo que vale es el corazón; le repliqué siriviéndome una taza de navegado. Y entonces nuestro amigo motorista nos pregunta, ¿A qué casa llego si ustedes están a campo abierto?, y nuevamente nos largamos a reír. No, le dijo Rosendo. Cuando uno le dice al forastero, que a su casa no más llega, significa que le estamos dando una bienvenida. Nuevamente Pedro nos dijo, “ahora entiendo. ¿O sea que esa construcción que ustedes tienen ahí, no es una casa, parece no sé, adónde guardan los animales?, preguntó boquiabierto. Oye Pedro, le dijo Rosendo, cuando decimos “a su casa no más llega” es una forma de recibir a los extranjeros, y nosotros a esa construcción propia del campo le denominamos “galpón”, no gualpón, como dicen los más brutos, o establo, y efectivamente es para guardar animales, porque ahí es dónde guardaba el caballo mi abuelo huaso rancagüino. Y yo le dije, en ese establo guardaba el caballo mi abuelo, y digo guardaba porque mi abuelo ahora anda en otros campos, más lejanos que estos. Entonces, Pedro nos preguntó, ¿y dónde quedan esos campos para ir a conocerlos?. Porque en la motocicleta llegaría rápidamente, nos decía Pedro. Y Rosendo le dice, “no Pedro, es mejor que no vayas a esos campos, por lindos que sean; así como los que vistes en tu largo camino para llegar adonde estamos nosotros”. Pero de llegar, no me demoraría mucho, nos dice Pedro. – No es cuestión de distancia, le dije. Y Pedro nos dijo, “pero con mayor razón si no es cosa de distancia, yo podría ir a dónde está feliz galopando tu abuelo ya que tanto me has hablado de él, que me muero de ganas por conocerlo, nos dijo Pedro. Ahora yo me fijo muy bien en los obstáculos y árboles que podría encontrar en mi camino, y esquivarlos porque soy muy experimentado en mi motocicleta”, replica Pedro. Ya a esa altura de la tarde, nos empezamos a poner serios; entonces Rosendo le dice, “Pedro Haznos caso, es mejor que no vayas a conocer los campos, porque aunque no te demores mucho en llegar a ellos, y te fijes en todos los árboles que estén en tu camino no vayas”. ¿Pero por qué no quieren que vaya?, nos pregunta Pedro.
Entonces le dije, “Pedro, puede ser el árbol más maravilloso que encuentres, pero no lo vas a ver porque en los campos en los que anda galopando mi abuelo, son los campos celestiales”. ¿Nos entendistes?, le dijo Rosendo. Sí, ya voy entendiendo, y como escuche también decir al pasar por estas regiones campesinas y folclóricas, “a buen entendedor pocas palabras”.


FIN