martes, 25 de noviembre de 2014

LA RUBIA DE KENNEDY







Si vas por Avenida Kennedy y ves una rubia de abrigo de piel blanco haciendo dedo, no la lleves. De lo contrario, la señorita se pondrá a gritar y llorar antes de desaparecer fantasmagóricamente de tu auto. Este caso explotó y se hizo popular en 1979 con decenas de denuncias en la comisaría de Las Tranqueras. Un año antes, una chica había muerto tras una cena con su pareja, en un accidente automovilístico en dicho sector, en las esquinas de Avenida Kennedy y Gerónimo de Alderete ¿Coincidencia o no?. El diario “La Segunda” afirmó que un familiar de la víctima, había llamado para ratificar el hecho: La mujer era Marta Infante que trabajaba en la Corporación de la Madera, y murió el 8 de agosto de 1978.

Una de las versiones de la leyenda de “La Rubia de Kennedy”, del folclor chileno urbano contemporáneo.



 Corría el año 1979, en Santiago de Chile y Verónica, como cual fantasma metafísico, se aparecía por la autopista en las noches dejando a los automovilistas atónitos por su brillante y pálida hermosura. Vestida con su largo abrigo de piel y vestido blancos, que la hacía parecer una novia errante, y perdida en el tiempo y el espacio, con su delicioso perfume importado; además de ese gran orgullo que tenía, propio de la sangre alemana que corría por sus venas; haciéndole dedo a los conductores para que la llevaran en sus coches. Por las precisas esquinas de la avenida Kennedy, entre Américo Vespucio y Gerónimo de Alderete. Supuestamente para que la fueran a dejar a un supermercado cercano. Dicho acontecimiento no era inadvertido, porque salía todo el tiempo en los periódicos nacionales que circulaban en Santiago, la capital de Chile. Este hecho hubiera pasado totalmente sin pena ni gloria, pero lo que lo hacía mágicamente extraordinario; era que cuando Verónica abordaba un vehículo, le decía a su chofer, “despacio, no tan rápido”, para luego, desaparecer por el aire. Habían choferes, entre ellos taxistas; que le relataban a los periodistas dichos encuentros nocturnos con tan misteriosa dama; y por la ubicación local en donde se aparecía, los diarios la apodaron: “La rubia de Kennedy”. A muchos conductores también les ocurría el mismo hecho, y se deslumbraban con su hermosura, pero al tiempo después que ella se subía a sus vehículos, desaparecía en el aire; dejando una gran estela de su delicado perfume, y una gran luminosidad de bellísimas luces de colores. En muchas ocasiones los conductores, no recordaban qué les había ocurrido en realidad, hasta tiempo después cuando les venía un vago recuerdo a la mente, al pasar nuevamente por dicha avenida. Y todos concordaban en la misma versión: que en el luminoso aro iris nocturno por el cual transitan los automovilistas, había un mágico ser encantado, que era una belleza de otro país, por sus rasgos germánicos que les hacía dedo, para luego desaparecer en el aire, una vez que estaban en el interior de los vehículos; ya que ésta era una experiencia mágica para todos los conductores. Sin embargo, algunos decían que con su infinito encanto, se habrían podido fácilmente… enamorar de ella. Y había un conductor, que camino a su trabajo siempre pasaba por dicha avenida. Era un banquero, y se llamaba Francisco. Con descendencia alemana; un hombre joven de 27 años, formal, sus compañeros de trabajo le comentaban este hecho, pero él, como era ateo no creía y se negaba a aceptarlo. Hasta que empezó a familiarizarse con las apariciones de la rubia de Kennedy, porque en la oficina de su despacho, empezaron a llegar los periódicos con los titulares de tan impactante noticia. De modo que Francisco, ya más reflexivo empezó a tomarle más asunto al tema, al leer una y otra vez, en su escritorio, las noticias que le hablaban de tan mágico fenómeno. Y lo que más le llamó la atención a él directamente; fue que era por las calles en donde él pasaba, con su vehículo Chevrolet Opala rojo año 1979 todos los días. Claro que la hora exacta de dichas apariciones de la rubia de Kennedy, no aparecían en los diarios. Pero lo que sí era una certeza, y que ningún conductor ponía en duda, era que sus apariciones eran nocturnas. Nadie parecía saber más acerca del fantasma de la rubia de Kennedy, sólo lo que aparecía en los diarios, que no dejaba de alarmar a la opinión pública, sin embargo, hubo un rasgo que a Francisco le llamó profundamente la atención, -aparte del fenómeno en sí y de su belleza, claro está,- y era que; por la descripción que daban los periodistas, parecía que el fantasma de la rubia de Kennedy, era germánica. De esta forma, Francisco acudió donde su tío Sergio, que era profesor de antropología, en la universidad de Santiago; para consultarle sobre este fenómeno. Y éste le cuenta que efectivamente, hace 200 años había una princesa alemana de 25 años de edad; que según cuenta la leyenda, no pudo consumar su amor con su novio, que también era alemán de 27 años, porque su padre se lo impidió. Francisco se estremeció al escuchar la edad del novio, y recordó también su descendencia; pero luego se tranquilizó a sí mismo pensando en todos los hombres que tienen su edad, y están en el mundo esperando su amor desde esa época. Luego Sergio le dice que el novio al no poder estar con su amor; prefiere la muerte; y ante ese hecho la princesa que supo posteriormente que la muerte se había llevado a su novio, la desafió para luego rechazarla; y se cuenta que desde ese entonces, la princesa vaga por la tierra buscando su amor. Entonces le dice Francisco, que la princesa Alemana tendría 200 años, por lo que cuenta la leyenda, “sí”, le dice su tío Sergio. Y luego Francisco le dice a su tío: “Pero tío, por lo que aparecen en los diarios, la rubia de Kennedy es hermosa y no parece tener más de 25 años”; “sí eso he visto en los diarios, sobrino”, le dice Sergio. “Y eso es todo lo que te puedo contar, o al menos es lo que yo sé de la leyenda de Verónica”. “¿Cómo?”, Exclamó Francisco, ¿la princesa así se llamaba?, “sí”, le dice Sergio. Y luego Francisco le agradece la historia contada a su tío, y se despide para regresar con mucho miedo a su casa; ya que el camino era entre las avenidas Kennedy con Américo Vespucio y Gerónimo de Alderete. Pero lo que no sabía Sergio, era que la princesa alemana aparte de ser princesa, era una bruja centenaria; con un poder extremadamente grande, que radicaba en su belleza y en su cabellera dorada, logrando engañar a la muerte, con rituales y conjuros que ella realizó; el mismo día en que su amor se entregó a ella, ganado con esto tener la ansiada inmortalidad; además de poseer el don de aparecer y desaparecer en cualquier sitio a su entera voluntad y antojo. Estando vestida con un abrigo y un vestido blancos, porque ese era el color pre-nupcial matrimonial, con su príncipe amado. Y su boda se la había negado el padre del novio, al saber que ella era una bruja centenaria. Entonces ya Francisco había empezado a creer en dicho fenómeno, y como era de esperarse una noche que regresaba de su trabajo, se le apareció la rubia de Kennedy. Francisco, sospechaba que era ella, de modo que por miedo no dudó ni un instante en detener su Chevrolet Opala rojo, del año 1979. Ella se acercó, efectivamente estaba vestida con su abrigo y vestido blancos, caminó hacia Francisco que vio una gran incandescencia de luces que nunca antes había visto, y sintió un perfume que no conocía, pareciéndole el mejor que había sentido en su vida. “Hola”, le dijo, “Hola”, le respondió ella, “¿Me puedes llevar?”. “Sí claro, le dijo Francisco, “¿Adónde vas?”, y ella le dice, “al supermercado que esté más cerca”, entonces Francisco estaba aterrado, porque sé había encontrado cara a cara con el fantasma de la rubia de Kennedy. Por un momento quiso huir, pero pensó rápidamente que ella tendría poderes especiales, y le podría hacer algún daño, entonces, tratando de disimular su miedo, le dijo, “claro sube yo te llevo”, y ella se iba a subir, y Francisco le dice, “sube adelante,”, pero ella le dice que no, que prefiere el asiento trasero, “bueno como quieras”, le dice Francisco; que no podía disimular su nerviosismo, porque sabía en el problema que estaba involucrado, y recordó la leyenda que le había contado su tío, de que el prometido de la princesa alemana había muerto, y en más de un momento, llegó a pensar que el podía correr la misma suerte. Para tratar de alejar un poco su miedo, le pregunta a su misteriosa pasajera, así inocentemente: “¿Eres de por acá linda?”, y ella le responde, “no precisamente”. ¿Cómo, no eres de Santiago?, y ella de dice, “La verdad, es que es una historia muy larga de contar”, entonces Francisco saca un cigarrillo y le dice, “disculpa soy un descortés, antes que nada me presento me llamo Francisco, le da la mano, y le ofrece un cigarrillo, ella lo toma, sonriendo y le dice: “No te preocupes, yo también debí hacerme presentado, me llamo Verónica”. Francisco se estremeció al escuchar su nombre, y le había quedado más que clara la leyenda que le había contado su tío, y pensó, “este es el fin”. Entonces le dijo, “es un agrado conocerte Verónica, me has caído muy bien”, y con el nerviosismo Francisco aceleró la velocidad, entonces Verónica le dice, “por favor no corras. Más despacio, más despacio”, “sí claro”, le dice Francisco que con sus nervios no pudo encender su cigarrillo. De esa forma, le conversa a Verónica, “me estabas contando que no eres de Santiago”, y Verónica le dice, “así es, ¿y tú de donde eres?”, le pregunta Verónica, entonces Francisco le dice, “yo sí soy de Santiago, pero tengo descendencia alemana”, y cuando le iba a pasar su encendedor para prenderle su cigarrillo, se da cuenta que Verónica no estaba en su auto, entonces Francisco se detuvo, inspeccionó su vehículo y lo único que pudo encontrar, fue su perfume tan delicioso, esparcido por el interior del su Chevrolet Opala rojo año 1979. Luego regresa a su hogar, totalmente sorprendido por la experiencia que le había ocurrido, bebió su acostumbrada cerveza como buen descendente de alemán, y se acostó plácidamente. Al otro día en su trabajo, compró los diarios pero vio que no salió ninguna noticia, sobre las apariciones de la rubia de Kennedy, y para su sorpresa, se dio cuenta que de la noche anterior, no pudo recordar nada, sólo que regresó de su trabajo a su casa como cualquier día normal. Pasaron de este hecho alrededor de una semana y a Francisco, ya se le había olvidado; sólo sabía de las apariciones de tan misterioso fantasma, por lo que cotidianamente leía en los diarios. Mientras tanto a Verónica, sólo le bastó saber que Francisco tenía descendencia alemana, para saber que era el pariente lejano de su príncipe alemán, con el cual su padre no la había dejado casarse. Entonces el ritual se repite: En la avenida Kennedy con Américo Vespucio y Gerónimo de Alderete, pasa Francisco como cualquier día de la semana, regresando de su trabajo, conduciendo su Chevrolet Opala rojo año 1979, y logra ver a una señorita rubia, vestida de blanco, que le hace dedo para que la lleve. Francisco inocentemente, detiene su vehículo, porque le pareció una novia, se le acercó y le dice, “Hola, ¿me puedes llevar?”, y Francisco le dice, “hola, sí claro, encantado”. Entonces ella se subió a su vehículo, y Francisco que no recordaba casi nada de su encuentro, solo tenía un vago recuerdo le vuelve a preguntar su nombre; “¿Cómo te llamas?”, y ella sonriendo, porque sabía que lo había encantado para que recordara sólo lo que ella deseara, le dice, “Verónica”. Luego él le dice: “Es un agrado conocerte Verónica, yo me llamo Francisco. ¿Y adónde vas?”, le pregunta Francisco. Y Verónica le responde, “al supermercado que esté más cerca”. Francisco trataba de recordar por más esfuerzos que hacía, y le parecía que esa situación ya la había vivido antes, hasta que violentamente recordó la historia que le había contado su tío, y pensó que estaba con la rubia de Kennedy; lo invadió un inesperado nerviosismo, que para tratar de encubrirlo, le pregunta a Verónica, “¿y de donde eres Verónica?”, entonces, ella sonriente, le dice, “no soy de Santiago, es una historia muy larga de contar”. Y le dice, “¿Y tú de dónde eres?”, sabiendo Verónica la respuesta, y tratando de anticipar sus movimientos. Francisco le dice, “yo soy de Santiago, pero tengo descendencia alemana. Y así como yo te voy contando mi vida, ¿Tú me contarías la tuya, Verónica?, te lo pregunto porque te encuentro muy simpática”. “Sí”, le dice Verónica. Entonces Francisco, armándose de valor, y sabiendo los riesgos de la leyenda que le había contado su tío sobre la princesa alemana, le dice: “Qué te parece si me cuentas tu vida, pero no aquí sino en otro lugar, Verónica, ¿Saldrías a cenar conmigo esta noche?”, y Verónica le dice, “si, acepto”, y Francisco entre regocijado y calmado, le pregunta, “¿Pero y tus compras del supermercado?”, “las dejo para otro día?”, responde Verónica. Entonces se dirigieron al restaurante más cercano, y en el desarrollo de la velada, Verónica le contó que tenía 25 años, y Francisco le dice que tenía 27. Verónica le contó que ella es alemana, y hace un tiempo atrás, ella estaba comprometida para casarse, pero que el padre de su prometido, impidió la boda porque a ella no la encontraba una mujer ideal. Francisco le dice: “Pero Verónica de lo poco que te voy conociendo, me pareces encantadora, y siento que te conozco desde hace mucho tiempo”, “sí, quizás de otra vida”, dice ella sonriente. Y luego Verónica le pregunta, ¿y tu tienes novia, o eres casado?, y Francisco le dice, “no soy soltero, lo que pasa es que mi padre es muy estricto conmigo, con la selección de mis novias”. Entonces Verónica, cayó en un profundo silencio, que opacó su característica simpatía, y Francisco pensó que se había enojado, ya que le parecía que se estaba enamorando de ella… Entonces en un acto de prudencia, le dice Francisco a Verónica, “creo que es un poco tarde, ¿te llevo a tu casa?,” “Sí”, responde Verónica. Y le pregunta: “¿Dónde vives?”, y Verónica le dice en las calles entre la Avenida Kennedy, con Jerónimo de Alderete y Américo Vespucio, “encantado”, le dice Francisco, yo paso por ahí todo el tiempo. Emprendieron el viaje una vez que terminan la cena, y ella esta vez no se sentó en el asiento trasero, de ésta forma siguieron conversando animadamente. Francisco pensaba en dos opciones: O era verdad que ella era alemana, y realmente había tenido una Cita con la rubia de Kennedy; o era una farsante que se había aprovechado de él. Para salir de su duda, Francisco le dice a Verónica, que se vuelvan a encontrar mañana en la misma esquina, y a la misma hora, “Claro”, le dice Verónica, “ahí estaré”. Por su naturaleza de ateo, Francisco, no creía en la primera opción, hasta que ve sacar a Verónica de su bolso un perfume que se lo aplicó en su cuello, y le refrescó su memoria: Era el mismo perfume que había impregnado su vehículo la otra noche, y cuando le iba a preguntar adonde lo había comprado, Verónica había desaparecido. Esta vez sí logró recordar lo que le había ocurrido, cada detalle, sabía que no era un sueño, y se dio cuenta que lo que había vivido era verdad…había tenido un encuentro con la rubia de Kennedy; y ¿por qué negarlo?, se había enamorado de ella. En sus aposentos Verónica sufriendo la más amarga de las tristezas, y decepciones, se saca su peluca doraba, y queda con su natural cabello negro, como la más oscura de las noches; que en su ya lejana y perdida juventud de hace 200 años, se había tornado blanco, y posteriormente negro, y ese era el rasgo que hacía que los hombres se enamoraran de ella; porque su poder radicaba en su cabello, rubio en su juventud, pero en la actualidad de 1979, estaba negro como las más oscuras tinieblas, claro que no había perdido su belleza, ni tampoco sus poderes. Verónica no fue a la cita acordada con Francisco, y de esta forma, no pudo consumar su amor; entonces en Santiago de Chile, se ve a un conductor errabundo, que maneja un Chevrolet Opala rojo por la avenida Kennedy, entre Américo Vespucio y Gerónimo de Alderete; que pasa todas las noches esperando encontrar a una señorita que lleva vestido y abrigo blancos, es rubia, y tiene rasgos de princesa alemana. 

FIN

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