lunes, 12 de octubre de 2020

EL HOLANDÉS ERRANTE



En una mañana del siglo XVII, cuando una embarcación holandesa que era un buque de varios mástiles y un amplio velamen, navegaba en calma y a buena velocidad hacia Holanda, desde Ámsterdam rumbo a las Indias Orientales; su capitán Willem Hendrick van der Decken, escuchó en sueños una voz que le dijo: “Como resultado de tu soberbia, estás condenado a navegar los océanos por la eternidad con una tripulación fantasmagórica de hombres muertos que traerán la desgracia a todos los que vean su nave espectral, la cual nunca llegará a puerto ni conocerá el descanso. Además, para ti y tus hombres, no habrá bebida ni comida”. Luego el capitán despierta cuando su segundo de a bordo, le fue a avisar que como lo habían previsto, el puerto de Holanda se encontraba a la vista. Ambos marineros salieron a ver tan dichosa noticia, pero en cuanto más se acercaban, el puerto parecía alejarse más. La nave del capitán Willem Hendrick van der Decken, navegaba a excelente velocidad, y el cielo estaba despejado por completo. Pero una angustia creciente se apoderó del capitán al no poder llegar a su destino. Las horas pasaron y la nave no podía llegar al puerto, llegó la tarde y luego la noche, y la tripulación gritaba de miedo, indignación, y consternación. Tanto así que algunos hombres en su desesperación se lanzaron al mar pero perecieron ahogados, y el capitán sospechaba que su condena se estaba cumpliendo. Porque el capitán holandés Willem Hendrick van der Decken era un pirata que hizo un pacto con el diablo, en una noche de luna llena para que su nave fuera la más veloz, pero Dios le da un gran castigo y lo condena a vagar eternamente por los mares sin poder tocar tierra firme; y de ahí recibe su nombre de “El Holandés errante”. Y la visión de este barco es considerada augurio inexorable de mala suerte, ya que quiénes tenían la infame fortuna de toparse con él, estaban condenados a numerosos infortunios. El capitán Willem Hendrick van der Decken, era también un gran comerciante, y la tripulación que estaba a su cargo, le respetaba y temía porque era un hombre muy justo en lo que respecta a la repartición de ganancias y tesoros. Su última conquista fue en las Indias Orientales a las que navegaron para adquirir tesoros, sedas, y tintes orientales, para revenderlos en Holanda. Luego de unos días en los que el mar estaba convulsionado, el capitán Willem Hendrick van der Decken, se dirigió rápidamente de regreso a Europa, para luego tomar curso hacia el Cabo de Buena Esperanza en Sudáfrica. Su tripulación aterrorizada por el frente de mal tiempo le pidió que volviera a puerto, pero el capitán sintiéndose indestructible decide continuar la marca y cruzar hasta el Cabo de Buena Esperanza, para tomar un descanso; entonces el capitán se ató al timón y empezó a entonar cánticos sacrílegos. Y uno de ellos rezaba de la siguiente forma: “Desafío al poder de Dios a detener el curso de mi destino y mi resuelta carrera. Ni el mismo diablo despertará mi temor. Aunque tenga que surcar los mares basta el día del juicio”. Los marineros asustados se rebelaron en su contra, pero el capitán en su locura cogió a su líder y lo arrojó por la borda. Las nubes se abrieron, y surgió de entre ellas una luz divina que iluminó todo el puente de proa, y de ella descendió una figura que se enfrentó al capitán, algunos de los marineros pensaron que era Dios o el espíritu santo, y todos los marineros temblaron en cubierta de terror; entonces el capitán saca una pistola y dispara gritando: “¿Quién quiere un viaje tranquilo? Yo no. No te pido nada. Desaparece o te vuelo los sesos”. Y dicha figura le increpó diciéndole al capitán la siguiente maldición: “Tú que pones la ambición al sufrimiento ajeno, de ahora en adelante serás condenado a recorrer el océano eternamente entre tormentas y tempestades. Hiel será tu bebida y hierro candente tu comida. De tus tripulantes sólo conservarás un grumete, al cual le nacerán cuernos, tendrá hocico de tigre y piel de perro marino. Y como te agrada atormentar a tus navegantes, serás su azote, pues te convertiré en el espíritu maligno del mar y tu buque acarreará la desgracia a quien lo aviste”. Y lo condenó a vagar eternamente por los mares entre tormentas y tempestades. Posteriormente la figura celestial despareció, llevándose con ella a toda la tripulación. Y todo aquel que lo vea, morirá. De esta forma “El Holandés errante” se transformó en sinónimo de malos augurios, desastre, y muerte; ya que decían los marinos que al verlo traía el infortunio. Que los navíos encallaban en bajíos inexistentes, o quedaban varados en pleno océano condenando a la tripulación al hambre y la sed. Entonces cuando “El Holandés errante” anunciaba su llegada, agriaba el vino y pudría el agua y las legumbres, alterando su apariencia para engañar a sus víctimas. Además en ocasiones se acercaba al costado de los barcos entregando cartas a los marineros, claro que si alguien leía estas cartas, el navío jamás regresaba a puerto. Este sería el castigo a su condena por haber desafiado a Dios, y haber hecho un pacto con el diablo. Y de esta forma, el capitán Willem Hendrick van der Decken y su buque conocido como “El Holandés errante”, fueron convertidos en fantasmas y condenados a vagar sin rumbo, por los mares hasta el fin de los tiempos. Al llegar a esta parte de África, el mar estaba muy furioso y las olas comenzaron a azotar el barco y amenazaban con volcarlo; además las velas se estaban rasgando ante la acción del viento, y los mástiles se quebraban con la pegada del mar y los vendavales. La tripulación estaba asustada porque en todos sus años de navegación, nunca se había enfrentado a una tormenta tan fuerte y despiadada. Entre los marineros sostenían que esta tormenta era el castigo de Poseidón, y otros pensaban que eran los demonios pálidos de los mares que estaban causando este fenómeno, para reclamar los tesoros y sus vidas. También creían que era que el diablo los había ido a buscar para reclamar sus almas; como ocurrió con la de su capitán. Porque estos hombres de mar que eran temibles piratas, también eran supersticiosos de las viejas leyendas piratas; y en cubierta reinaba un miedo creciente. Por su parte el capitán Willem Hendrick van der Decken pensaba introspectivamente por qué el mar lo estaba tratando de esa forma tan cruel; y angustiado por esto ya que pensaba que él le había cedido al diablo lo más preciado que le hombre tiene: su alma, para que su nave fuera la más veloz e invencible. Entonces se levantó de su mesa, y tomó en sus manos un crucifijo de plata, que estaba colgando encima de su cama, ya que esta valiosa pieza había sido un regalo de su esposa antes de que zarpara de Holanda en rumbo de su última misión. De esta forma el capitán apretó con fuerza el crucifijo y empezó a maldecir con furia: “¿Dios, me estás castigando por haberle dado mi alma al diablo?, ¿ésta es tu manera de retarme, y de castigarme, y humillarme para demostrarme que eres superior a mí, y que debo someterme a tu voluntad cuando lo único que deseo yo es regresar a mi natal Holanda? Por favor, déjame seguir mi camino, y déjame a mí y a mis hombres en paz, ya que yo tengo el derecho de hacer tratos, con quién mi espíritu lo desee.” Luego el capitán Willem Hendrick van der Decken se dirigió corriendo hacia la puerta del camarote, la abrió y subió corriendo las escalaras que llevaban hasta la cubierta que era todo un espectáculo de terror, ya que caían rayos en el mar, la tempestad no cesaba, las olas inundaban la nave que apenas se mantenía a flote, y sus hombres pereciendo arrastrados por el agua. Entonces corrió hacia la zona del timón, y apuntando hacia el cielo con el crucifijo de plata en sus manos exclamó a Dios: “Tú no podrás detenerme, porque soy el amo de los mares e incluso el mismo diablo me tiene miedo. Malditos sean los dos pares de cobardes. Ambos se inclinan a mis pies, cuando mi embarcación navega por los océanos del mundo. Ninguna tempestad, Dios o demonio podrá frenarme”. Luego el capitán en su desesperación, lanzó la cruz al mar mientras de su garganta, salía una carcajada de burla hacia el Dios que no iba a frenar su rumbo a Holanda, y la conquista de la tormenta. Posteriormente dirige su vista hacia la parte inferior de la embarcación, notando que sus hombres lo miraban con un miedo casi reverencial. Entonces el capitán Willem Hendrick van der Decken se dio cuenta de que las aguas ya empezaban a calmarse, y los vientos disminuían su intensidad. Además salía un brillante sol y en alta mar se respiraba una sensación de absoluta calma. La algarabía inundó a la tripulación, y el capitán sonrió al sentirse vencedor en la batalla contra Dios, que parecía no tan poderoso. Luego el holandés y su tripulación, continuaron su viaje rumbo a Holanda sin mayores sobresaltos. Pasaron los años y las décadas, para posteriormente seguir en centurias y siglos. Y los marineros del capitán Willem Hendrick van der Decken fallecieron poco a poco al igual que su capitán, que fue bautizado como “El holandés errante”, porque nunca pudo tocar puerto y estuvo condenado a vagar por los mares del mundo, con una tripulación que era despojo, tristeza y muerte. Y cuenta la leyenda de que cuando un barco se topa con “El holandés errante”, lo observa durante unos minutos, y se pierde en la bruma del océano.  

FIN.

3 comentarios:

fabiola dijo...

Amigo buenísimo lo me encantó saludos y abrazos amigo

fagangacke dijo...

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Anónimo dijo...

El texto demuestra ,la ambición el ser humano, que sin respetar a sus colaboradores,los lleva a su perdición.Lo ocurre hoy en día,en la humanidad,gente sin.escescrúpulos,abusa